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viernes, 20 de mayo de 2011

Dos finales diferentes

¡¿Por qué?! Mi novio, Abraham, ha sufrido un accidente y, aunque ya está fuera de la clínica, los doctores dicen que podría no volver a caminar pero no importa, yo seguiré a su lado suceda lo que suceda.

El yace postrado en la cama de su habitación y los médicos van a examinarle a su casa ya que aún queda un rayo de esperanza para él. Yo voy todos los días y me siento a su lado para darle ánimos. Él me ve y me sonríe, sabe que nunca le abandonaría, sabe que no existe nada como nuestro amor.

El padre de Abraham está completamente seguro de la atención a domicilio. Piensa que, con unos cuantos exámenes, su hijo volverá a caminar pronto. Por otro lado, su madre es quien no tiene fe en los médicos. Ella dice que todo esfuerzo humano es inútil si dios no desea poner su mano santa en su hijo.

Día tras día, Abraham es sometido a diferentes pruebas por parte de los médicos. Desde dietas extrañas hasta inyecciones de todo tipo. Yo, por mi lado, ayudaba en lo que podía ya que, hacía unos años, había estudiado un poco de enfermería. Sabía que mi intervención no era importante, en realidad, pero quería que Abraham sienta que le estoy ayudando.

-          ¡Ya es suficiente, Martín! – escuché gritar a su madre en el cuarto contiguo - ¿¡Acaso piensas que nuestro hijo es una rata de laboratorio!?
-          Tranquila, Esther – respondía el padre, intentando calmarla – Ellos están trabajando para devolverle a nuestro hijo su caminar.
-          Nada es posible sin la ayuda de santísimo. Lo único que están haciendo es ir en contra de su voluntad.
-          ¡¿Estás loca?! – Se exaltó el padre – ¡Estos hombres están aquí para ayudar a nuestro hijo!
-          Yo rezo todas las noches por él y le encomiendo su salud a nuestro Dios. Por pensamientos como el tuyo y el de los médicos es que Dios no pone su mano en nuestro hijo.

La discusión siguió por varios minutos. Ya era de noche y sólo yo quedaba en el cuarto junto con él.

-          Hasta mañana mi amor – le dije.
-          Hasta mañana – respondió – gracias por todo, Rocío. Te amo.



Mi amor puede más que cualquier creencia.

Al día siguiente llegué algo tarde, después de mis clases, a la casa de Abraham. Su padre me recibió y, cuando entré, pude notar, en la sala, a la madre de mi novio gritándole a los doctores y tildándoles de herejes en contra de la voluntad divina.

Entré al cuarto de Abraham, estaba dormido. Me senté en el mismo lugar de siempre y, tras varios minutos de griterío en la sala, la señora Esther terminó botando a los doctores casi a la fuerza.

¿Nadie cuidará, entonces, de Abraham? Pude ver, en una cómoda del cuarto, el maletín de los doctores. Sabía que medicinas le tocaba a mi amado y tenía vagos conocimientos de  enfermería. Husmeé entre las cosas de los doctores para conseguir lo que necesitaba.

Pasado quince minutos los doctores regresaron por sus cosas. La señora Esther, molesta, les acompañó hacia el cuarto de Abraham. Yo no quería que nadie sepa que estaba ahí y, antes de sentir el pomo de la puerta, me escondí en el armario.

Me quedé hasta la noche, en el armario.

En la madrugada salí y, cuando todos dormían, me decidí a aplicar las medicinas en Abraham.

-          Yo te voy a cuidar, mi amor – le susurré al oído.

Después de concluir mi labor, salí por la ventana y regresé a mi casa.

Al día siguiente, grande fue mi sorpresa. Al ir a la casa de Abraham, él estaba de pie y podía caminar. Fui muy feliz al verlo así.

Aún estaba delicado, era comprensible, ¡Pero ya estaba curado! Pasamos el día juntos. Fue maravilloso. Hacía semanas quería volver a estar así con él.

A la tarde del día siguiente regresé a su casa, muy feliz… Pero él estaba otra vez, postrado en su cama.

Había un doctor examinándole, su padre estaba parado al lado del doctor.

-          Su recuperación fue buena, pero, al parecer, la medicina debió ser constante – le dijo a su padre – ahora que hizo este esfuerzo sobrehumano para caminar el día de ayer… Me temo que, ahora que hizo más de lo que podía sin seguir su tratamiento… Es demasiado tarde. Él no volverá a caminar nunca.

Me puse a llorar.

-          Nuestra fe no fue suficiente – dijo su madre.

Lloré todo el día.

-          ¡Estúpidas creencias! – grité a la nada – Él estaba curado… ¡Te odio! – grité al cielo.



Nada puede ser más que el amor de Dios.

Mi hijo está en una cama y, a menos que los doctores se encomienden a nuestro señor, no habrá solución.

Una tarde decidí lo mejor para mi hijo, botar a los médicos herejes y encomendar su cuidado a Dios. Cuando hablaba con los médicos llegó a la casa la enamorada de Abraham.

Los médicos regresaron después de varios minutos en busca de sus cosas. Estaban en la habitación de mi hijo. Les acompañé.

-          Que raro – pensé – creía que Rocío había venido… ¿Se habrá ido al verme alzar la voz?

Esa noche recé por mi hijo. Al día siguiente tenía un mejor semblante. Al parecer mis súplicas habían sido escuchadas. Al medio día ocurrió el milagro. Al medio día mi hijo se puso de pie. Sabía que Dios me escucharía.

Rocío, su novia vino a visitarlo. Ambos estaban muy felices. Pasamos el día todos juntos celebrando el milagro.

A la tarde del día siguiente, encontré a mi hijo tirado en la cocina. No podía caminar. Llamamos a un doctor para que nos explique lo ocurrido. La novia de mi hijo llegó a los pocos minutos luego del doctor.

-          Su hijo sufrió una reacción en cadena – explicó – él recibió tratamiento para ser curado y, luego, se le aplicó otra dosis de una manera exagerada. Asimiló, en primera instancia, lo necesario para poder caminar otra vez pero, debido a una negligencia, se le inyectó más de lo necesario. Su cuerpo tardó en asimilarlo y ahora vemos las consecuencias. Recibió más de lo que su cuerpo podía soportar, él no volverá a caminar – concluyó.

 Me puse a llorar.

-          Yo… Yo – susurró Rocío – Yo fui quien cometió negligencia médica con Abraham.

Rocío nos explicó lo ocurrido. Nuestra fe nunca fue suficiente.

-          Odio todo aquello que atente contra la voluntad de Dios – pensaba, solitaria en mi alcoba – Esa niña pudo matar a mi hijo… Por no seguir los deseos de nuestro señor.


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Tal vez nunca sepamos quien tenga la razón. ¿Abraham se hubiese curado de seguir con el tratamiento?
Tal vez el amor humano puede más que creencias inexistentes... ¿Abraham se hubiese curado al tener todo lo necesario para volver a caminar? Tal vez la madre de Abraham, gracias a una intervención divina, botó a los doctores porque Dios sabía que ya era suficiente para que él vuelva a caminar.
Nunca sabremos la respuesta, posiblemente. Es lo bonito de ser un humano.

2 comentarios:

l dijo...

Que trágico T_T

Ana dijo...

Genial! :D