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miércoles, 23 de marzo de 2011

Las clases sólo importan por él.

Era lunes por la mañana y yo estaba emocionada por ir al colegio. Eso era raro en una estudiante como yo que, para colmo, no era lo que se diría una “alumna modelo”, ni, mucho menos, aplicada.

Por supuesto que yo no iba a clases por los cursos que ahí dictaban. Sinceramente mis notas eran de las más bajas en el aula pero, aún con un desgano por las asignaturas, yo iba solamente para ver a una persona. Él era el motivo por el cual soportaba ir al colegio cinco días a la semana.

A mis escasos doce años no podía imaginar, ahora, un mundo sin él y el colegio era el único lugar donde podría verlo. Salvador era su nombre, tenía el cabello castaño, los ojos negros, resaltados por unos anteojos, los cuales le daba un estilo “intelectual”, motivo, a diario, de mis noches en vela.

Día tras día intentaba acercarme para decirle que me gustaba, que quería estar con él, que, aunque tenga solo doce años, podía demostrarle que lo que sentía hacia él era serio y era real. Siempre intentaba ser atenta con Salvador y, muy frecuentemente, le llevaba regalos para demostrarle mi aprecio. Pero nunca me atrevía a decirle que estaba perdidamente enamorada.

El año pasaba volando y yo no sabía si el próximo año iba a volver a verlo; después de todo, las personas suelen estar un año en un colegio y luego en otro. Yo no sabía si él iba a seguir en el colegio el próximo año.


Muchas veces intenté acercarme a él y decirle lo mucho que me gustaba. Antes de la formación a la hora de la entrada me acercaba, torpemente, a saludarle y, tras un par de titubeos, me retiraba por que sentía que hacía el ridículo o, tal vez, por que la formación ya empezaba. En los recreos la historia era parecida; le veía en el recreo comprar en el quiosco y, como siempre, me acercaba y le saludaba para luego acongojarme y retirarme con el rabo entre las piernas.

¡Las cosas no podían seguir así! Debía acercarme y decirle que no podía vivir sin él. El aniversario del colegio era una celebración grande, con concursos, sorteos y, en la noche, un concierto. Ese era el día en el que le declararía mi amor.

Tenía un ramo de flores inmenso. Él estaba sentado cerca de un puesto de tómbola, en una banca, mirando algún mensaje de texto en su celular. Había llegado el momento de declararme.

-          ¡Hola mi amor! Se me hizo un poco tarde – escuché una voz.
-          ¡Mi vida! – le oí responder a Salvador – Ya te estaba extrañando ¿Dejaste a la bebe con tu mamá?

En ese momento me di cuenta. Salvador Vera, mi profesor de matemáticas, estaba casado y tenía una hija.

-          ¡Marianita! Hola – dijo volteando la mirada hacia mí.
-          Buenas tardes, profesor…
-          ¿Y ese ramo de flores? ¿Tienes un noviecito? – me preguntó con mirada divertida.
-          Por supuesto… – titubeé – Un noviecito.

Sonreí mientras me despedía con la mano, volteé y caminé en dirección contraria a mi primer amor en el colegio. “¿En que estaba pensando? Él era mi maestro” me dije a mi misma mientras una lágrima hacía brillar mi mejilla.


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Es casi imposible no enamorarse de un profesor o de una profesora en el colegio. Es un amor que solemos olvidar pero que, en el momento, es muy importante para todos. Personalmente me enamoré, al menos una vez, de quien me dictaba las clases... Sean sinceros y, díganme ¿Se enamoraron alguna vez de un profesor o profesora?

1 comentarios:

l dijo...

Yo no... u.u